Guerra civil capitalista

«La mejor política industrial es la que no existe” 

Carlos Solchaga, ministro de Economía y de Industria de los gobiernos de Felipe Gonzalez (1982-1993)

 

China se está sirviendo su venganza sobre Occidente bien fría, tan fría como puede estar tras 120 años de espera desde la terrible humillación sufrida  por ellos durante el levantamiento de los Boxer en 1901

 Romantizada para nosotros por Nicholas Ray en la película 55 días en Pekín, fue una de las muchas derrotas que tuvo que digerir el anquilosado imperio chino a manos de las naciones occidentales durante el siglo XIX y principios del XX. Cada derrota añadió una nueva imposición, en un crescendo que buscaba la apertura por la fuerza de los mercados chinos, de su espacio físico e incluso de su moneda, imponiendo decisiones con efectos inflacionarios que obligaron a cambiar su sistema monetario, como sucedió  tras las dos guerras del opio perdidas.

Si volvemos la mirada al presente vemos que tras el fracaso de la alternativa soviética  la geopolítica actual se define a través del enfrentamiento entre dos modelos de capitalismo. El capitalismo financiero transnacional occidental, cuyos actores principales son enormes multinacionales tecnológicas como Amazon y Google,  y fondos de inversión como Blackrock, Goldman Sachs… y el capitalismo de base nacional chino.

La victoria de los grandes gigantes financieros occidentales tuvo su raíces en la imposición de los principios económicos del  llamado Consenso de Washington a todo Occidente y a los países dependientes. Para quien no lo conozca  el consenso de Washington es un conjunto de recomendaciones, más o menos imperativas, que han constituido el corazón de la ortodoxia económica desde 1989, y han marcado el destino de miles de millones de habitantes del planeta. Este “consenso” se fraguó por y entre el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el departamento deI Tesoro de EEUU. El contenido de este  consenso se puede resumir en los siguientes puntos:

1: Control y reducción del gasto público para la eliminación de los déficit fiscales de los estados. La famosa austeridad fiscal, en definitiva.

2: Eliminación de subsidios y redirección de los recursos liberados a la inversión.

3 Reformas tributarias.

4: Tasas de interés fijadas libremente por los mercados.

5: Liberalización del comercio.

6: Eliminación de las barreras  a la entrada y salida del capital extranjero.

7: Privatización de las empresas estatales.

8: Abolición de regulaciones que protejan  de la competencia a sectores económicos nacionales.

9: Protección de los derechos de propiedad de los inversores, especialmente los derechos de propiedad intelectuales.

En resumen, el consenso de Washington recomendaba( o imponía, según fuera el grado de dependencia de los países con respecto a los créditos del FMI , Banco Mundial y grandes bancos de inversión de Occidente)  que las legislaciones de los países se modificaran para permitir la libre entrada, y también, por supuesto la libre salida de  los capitales extranjeros, la eliminación de leyes  que protegieran a determinados sectores de sus países de la competencia internacional, la privatización de sus empresas estatales y la protección de los derechos de propiedad de las multinacionales más allá de las regulaciones nacionales.

¿No les recuerda todo esto a lo que ocurrió en España desde mediados de los años 80  con la industria nacional? Al fin y al cabo el ministro de economía más influyente de Felipe Gonzalez afirmaba que España no necesitaba ninguna política industrial.

Si se nos ocurre comprobar el grado de adhesión de la exitosa  economía china  a las directrices  del consenso de Washington  nos encontramos con que aquella sistemáticamente los ignora o los contraviene: el capital extranjero en China está sometido a fuertes regulaciones, restricciones y límites según  las conveniencias estratégicas chinas. Los tipos de cambio están decididos según considere la dirección económica del partido comunista chino (es una idea generalizada considerar que el yuan está sistemáticamente e intencionadamente  infravalorado). Ahora, echemos un vistazo a las 20 empresas chinas de mayor tamaño. De ellas, en sólo dos el propietario último no es el estado chino. Una de ellas una empresa de seguros, la otra se dedica al entretenimiento.  Incluso  empresas de productos de consumo tan conocidas como Huawei son propiedad de la República Popular China. Repito: solo dos de las mayores empresas chinas no son de propiedad estatal. 

Sobre la falta de respeto de los empresarios chinos a la propiedad intelectual extranjera ( patentes industriales, marcas) no creo que que haya que añadir explicaciones.

Parece evidente que China no ha necesitado de los consejos del FMI, el Banco Mundial  o los dirigentes de la economía americana para triunfar, y es legitimo sospechar que lo sensato para ellos ha sido, justamente, orientarse en dirección contraria.

Mientras que China se convertía en la gran potencia emergente del siglo XXI en los países occidentales el crecimiento de trasnacionales se conjugaba con un empeoramiento  de las condiciones de vida de su carta de presentación más fuerte, las clases medias. La desregularización financiera y la liberalización de los  mercados de capital y trabajo ha incrementado la potencia de los poderes financieros trasnacionales del capitalismo de occidente , pero sus sociedades han pagado por ello: las políticas económicas neoliberales implican estados más débiles, con menor capacidad de influir en su propia economía. Es el  mercado, amigos, quien decide. Pero también la igualación por abajo de las condiciones laborales: el hecho de que una orden electrónica de traspaso de capitales pueda mover en segundos millones de una punta  a otra del globo a la caza de unos decimales de beneficio adicional da al negocio financiero apátrida todo el poder. La gran jugada de la liberalización es que este movimiento continuo  no tiene costes. Pero los trabajadores locales  se ven abocados a competir por esa inversión con otros trabajadores de países a miles de kilómetros de distancia. Y puesto que no se pueden proteger con leyes nacionales las condiciones de cada país en particular (recuerden, punto 8 del consenso de Washington) la competición necesariamente se convierte en una puja laboral a la baja.

De modo que cada incremento de fuerza de los triunfadores occidentales, el poder financiero,  socava un poco más a sus propios estados de origen. La multinacionales europeas y su financiarización ha tenido un efecto fragilizador de sus estados, al trasladar su producción a China y sus beneficios a fondos de inversión globales, es decir, han debilitado a Europa y sus sociedades. 

Sin embargo la expansión brutal china solo ha reforzado al estado chino. Quizá porque el partido comunista chino ha impedido la “globalización “ de sus exitosas empresas multinacionales. Globalización tal como la entendía el consenso neoliberal. El Partido comunista chino ha conservado memoria de las traumáticas relaciones de su país con Occidente en el pasado, y ha interpretado el consenso de Washington como otra forma de extender en el tiempo y en el espacio el dominio de Occidente.  El odio que despierta China en las élites económicas americanas es genuino, no se debe solo  a una respuesta populista a la deslocalización de fábricas. Es el odio a quien se ha creído con el derecho a no creerse las consignas de la ortodoxia económica occidental, que se ha negado a aceptar su sumisión y ha salido triunfante en el desafío. Cómo no van a odiar los altos funcionarios del Tesoro estadounidense, los ejecutivos de los bancos de inversión, los gestores de los grandes fondos de inversión americano a los dirigentes chinos, si son los únicos que se les han resistido.

Cuando los trabajadores gallegos de Arcerlor-Mittal se ven arrojados al paro por la multinacional americana apenas pueden contar con la ayuda  del estado español, aherrojado por los tratados que le obligan a respetar las inversiones y los acuerdos de sus socios occidentales. Cuando  los pequeños comerciantes europeos se ven obligados a cerrar ante la competencia inmisericorde de Amazon los gobiernos europeos apenas son capaces de aprobar un ridículo impuesto que no compensa en absoluto los miles de pequeños negocios destruidos. 

La economía política china no es  exportable. No hay razones para que Occidente tema una expansión ideológica antagónica, como sí ocurrió durante la anterior guerra fría con la URSS. El modelo chino no puede replicarse en Europa, en España, por muchas razones, la primera , porque el estado español carece de las herramientas ( empresas públicas, control político de las masas)  de las que ha dispuesto por historia, el partido comunista chino.   El éxito actual  de China reside en sus decisiones politicas valientes y en sus propias tradiciones culturales.  Pero la continuación acrítica del modelo que imponen las grandes transnacionales solo puede llevar al desastre a Europa: al debilitamiento de los estados y el vasallaje a EEUU en su lucha por la hegemonía con China.

La distopía de sociedades occidentales esculpidas por la voluntad de los operadores financieros globales no es tal distopía, es nuestra realidad. Las grandes ciudades de Europa se transforman: sus comercios idiosincráticos, locales, quiebran mientras triunfan empresas de distribución electrónicas servidas por trabajadores precarios emigrados de las cuatro extremos del mundo, los bares y restaurantes pasan a manos a manos de franquicias que a su vez son poseídas por fondos de inversión globales, quienes también compran miles de viviendas para alquilar, con tal  poder de mercado que determinan las tendencias de los precios. los politicos locales se alian con los fondos internacionales para abrirles las puertas a la inversión y la explotación de servicios públicos que antes eran gestionados por funcionarios , segun reglas propias. Las empresas radicadas en paraísos fiscales caribeños  localizan sus servicios financieros en megaciudades del  sur o del este de europa, sus equipos de informática en la India y sus suministradores en el sudeste asiático. De un lado la capacidad de decisión se concentra cada vez más en pocas manos, del otro la capacidad de resistirse se fractura y aromiza por todo el globo.

Y mientras, China, la perdedora de la guerra de los boxers y las dos guerras del opio, no olvida que es el país que construyó la Gran Muralla.  

Europa ha sido un continente creativo. Esta vez, entre la subordinación a poderes ajenos a sus sociedades y la imposible alternativa china, por pura supervivencia, necesita crear de nuevo su propio camino de salida.

Calle sin salida

Pensar no tiene por qué ser un ejercicio placentero. Al revés que escribir para satisfacer como se pueda  fantasías y deseos. De hecho aplicarse al esfuezo de avanzar en el pensamiento honesto puede ser una tortura, un síntoma de masoquismo y de cierto desequilibrio psicológico. Pensando intentamos dar una solución a un nudo, a una dificultad de lo real, pero nos resistimos a que el resultado de esa elucubración  concreta sea incómodo, incongruente, inencajable con lo que pensábamos antes de ese esfuerzo. Sin embargo el resultado bien ceñido a la lógica y a cierta verdad no tiene por qué respetar nuestras ideas previas.La pereza intelectual puede ser un efecto del amor a nuestras convicciones.

Dejo las generalidades y vamos al grano.

La crisis pandémica se está sumando a los problemas irresueltos de la crisis financiera de 2008. Afloran las debilidades de Occidente y los límites del crecimiento de su modelo. Quizá el común de la gente no es  capaz de reflexionar en términos macroeconómicos y geopolíticos, pero si acusa la sensación de que la  promesa de crecimiento, de ascenso social y progreso generalizado está acabada. Esa  ruptura de expectativas no es cualquier cosa. Los ciudadanos occidentales desarrollaron una adhesión a sus sociedades, a su sistema político y ecónomico porque compartían el sentimiento de que eran  sociedades razonablemente eficientes, que el capitalismo tal como se desplegaba era fuente de conflictos pero también de riqueza, en definitiva, amor, apego e identificación no son solo pegamento entre individuos. Se pueden sentir por tu sociedad, por su forma de gobierno. Esta identificación y esperanza explican la escasa penetración política de alternativas  a izquierda  (comunistas) o derecha ( fascistas) que cuestionaran la raíz del estado de las cosas. 

Es sencillo, si tu país tiene futuro abre la puerta de un buen futuro para ti  y tu familia. 

Las crisis sucesivas han desconectado, sin embargo  a las clases medias occidentales del ascensor social.  Las élites económicas han despegado y se han independizado de sus raíces nacionales, son una clase global que prospera en otra dimensión, y a salvo de la peor pesadilla de los trabajadores occidentales: caer en la escala social, la pobreza, el cierre del futuro para los hijos.

La destrucción de esta expectativa de progreso tiene como consecuencia lógica, ya se ha dicho frecuentemente, el aumento de las opciones políticas que estaban en los márgenes, más radicales. El gran error de los partidos de izquierda es dar por hecho que esta frustración colectiva va a manifestarse en los mismos términos de interpretación de la realidad ( quién es el culpable, cuáles son los remedios ) que son los del tradicional recetario político izquierdista ¿por qué  tendría que ser necesariamente así ?.

 De lo que se lamenta el votante es de la pérdida de algo que consideraba suyo, ese algo era esa sociedad progresiva, razonablemente meritocrática y también despreocupada, ese lugar le ha sido robado, y  genera su furia y orienta su voto.  ¿ quién ha sido ese ladrón del futuro? el trabajador común no va a elaborar la respuesta a esa pregunta desde el mismo lugar que un politólogo.  

Su añoranza política se orienta, precisamente , a recuperar un pasado prometido, no a inventar un futuro nuevo.  De ahí  su dificultad a la hora de adherirse a programas que colocan en primer lugar conceptos como la sostenibilidad,el feminismo o las nuevas relaciones laborales desde la óptica de las nuevas tecnologías, de ahí su manifestación electoral conservadora: sse ha manifestado en el triunfo del Brexit o el éxito de Trump.  Los británicos miraban atrás cuando decidieron parar su integración con Europa, los americanos se aferran a una imagen de América amenazada cuando rechazaron a la liberal Hillary Clinton.  Ellos quieren recuperar su lugar en una vieja sociedad añorada, la del empleo fijo, los sueldos suficientes, las viviendas accesibles, el avance social de los hijos; frente  a ello  la aceleración del mundo que puede asociarse a propuestas liberales y progresistas, es vista con creciente desconfianza.

Aconsejo leer de vez en cuando foros de extrema derecha: ir un poco más allá del rechazo que provocan su afición al bulo interesado, el odio generalizado, la ignorancia. Su enemigo es una hidra enorme dotada de muchas cabezas que abarca desde el globalismo neoliberal que acaba con los pequeños comerciantes y los viejos oficios a la amenaza a viejas tradiciones e identificaciones que ellos  ven en el feminismo o el ecologismo. Confunden causas con consecuencias, actores con víctimas, pero su reacción visceral es el rechazo a esta transformación veloz de su entorno por procesos que saben que las viejas palancas nacionales y comunitarias no sirven para combatir esta aceleración.

Las sucesivas olas de inmigración económica antes de ser políticamente traducibles en términos de solidaridad de clase (como si hubiera una sola clase trabajadora, como si las clases fueran una sólida roca, casilla de llegada y no el fruto  de múltiples determinaciones ) son vividas en la inmediatez cotidiana de la degradación de los barrios, la competencia por empleos cada vez más escasos y por prestaciones sociales en constante retroceso. 

El éxito de la ultraderecha, de Vox en el caso de España , es que se despliega como respuesta a una amenaza hacia lo propio, lo conocido: por ejemplo, si la apropiación de la bandera española ha tenido tanto éxito fué (además de que por razones históricas: la izquierda nunca se sintió cómoda con la bandera borbónica) porque irrumpió el proceso de independencia unilateral de Cataluña y la amenaza de ruptura súbita de lo que se sentía emocionalmente como un patrimonio familiar heredado generacionalmente, la nación española. 

Si la nueva izquierda española , es decir Podemos padece un descenso continuado de votos es, entre otras cosas, porque  las campañas contra ellos han conseguido revertir su imagen pública de  potencial palanca de cambio a una amenaza como cambio indeseado. Las derechas han alimentado y aprovechado esa percepción, la insistencia aparentemente ridícula en la venezolanización de España  trata de alimentar ese miedo a lo desconocido no querido.

Una sociedad igualitaria ante los sexos y las opciones sexuales, la perentoriedad de políticas que palien el inevitable calentamiento global, etcétera, tienen que asumirse por pura necesidad, por justicia y salud pública. Pero escuchen: el reenganche sentimental con las clases medias trabajadoras no va a conseguirse por allí. Lo revolucionario será reivindicar curiosamente cierta vuelta ( siempre mítica, porque hablamos de relatos) , a una sociedad donde el esfuerzo personal, el cumplimiento de las normas, la honestidad personal y social rendía sus frutos colectivos e individuales.  Donde la ciudad, y el pueblo era un entorno estable y de actores económicos conocidos, controlables, comprensibles. 

Donde el futuro vuelva a ser una posesión colectiva.

Es, repito, un relato mítico porque nada puede repetirse tal cual fué. Habrá de  modelarse ante realidades inflexibles. Por poner un ejemplo, los niveles de consumo y despilfarro de esa sociedad feliz de hace tres o cuatro décadas sabemos que son insostenibles.  Las fuerzas del cambio son demasiado potentes, pero el miedo y el deseo que brota de esta demanda tienen que ser escuchados.

 Porque si no se hace otros lo harán. 

De hecho otros ya lo han hecho: la figura retórica  preferida de la ultraderecha podría calificarse como la  Metonimia inversa, o la metonimia mentirosa: subrayan una parte para ocultar el todo. Por ejemplo, claman contra los MENAS o los inmigrantes musulmanes que llegan en patera pero silencian el beneficio de los empresarios ante los miles de inmigrantes latinoamericanos que permiten negociar salarios a la baja. Se quejan de las ocupaciones pero callan ante la destrucción urbana especulativa y la expulsión de miles de españoles del acceso a la vivienda. 

En definitiva, utilizan síntomas  y efectos parciales de los desastres que amenazan a las depauperadas clases trabajadoras , y que son sufridas por ellas sin que se sientan 

escuchadas para señalar como culpables a otras víctimas de la misma globalización neoliberal. 

Pero el éxito de su táctica reside  en que, se presentan como receptivos a esta angustia  de trabajadores amenazados por una degradación social de la que nadie les previno, y  hasta el día de hoy nadie les protegió.

La política pública en sociedades como las  nuestras,  amenazadas y probablemente en declive,  están muy afectadas por las emociones: la esperanza, el miedo, el peligro. Quizá alguien deberia escuchar y darles alguna respuesta que no sea una mentira piadosa (“saldremos mejores”), o una incitación al odio del diferente.  

No, esto no es un espectáculo, estúpido

Hace unas horas, en  una conversación sobre el pseudo-caso Dina con alguien a quien aprecio me dijo que en las próximas elecciones se abstendría, porque todos los líderes de partido, por unas razones o por otras muy diferentes, le parecían decepcionantes. A mí aquella frase me produjo una tremenda irritación que he tardado en metabolizar, y comprender, aunque pronto acudieron en mi ayuda dos imágenes que he recordado. Una es una gráfica económica, otra es la de Jorge Javier Vázquez.  La gráfica está expuesta al final de este artículo, y explica lo siguiente: mientras que el incremento del PIB en EEUU ha sido desde 1996 casi constante, la participación en este incremento de las clases medias americanas no es que no haya mantenido ese ritmo, es que ha disminuido de forma imparable. Datos similares encontraremos para otros países de occidente, por ejemplo esta segunda gráfica elaborada por Kiko Llaneras para Jot Down sobre España que a mí me resulta escalofriante:

Muestran de modo muy claro que los incrementos de riqueza en Occidente han sido acaparados, en los últimos 30 o 40 años,  fundamentalmente por una proporción muy reducida de la población, la que poseía ya el poder económico en esos países. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que tal cosa no es un producto del azar, sino resultado del control que tiene ese porcentaje de la población sobre la toma de decisiones políticas y económicas tanto de gobiernos occidentales (desde los gobiernos neoliberales de las derechas  a las socialdemocracias de “tercera vía” de Blair, Schroder  y compañía)  como de instituciones internacionales como el FMI. Baste leer con respecto a este último organismo el despiece cruel que realiza el premio nobel de Economía Joseph Stiglitz en su libro “El malestar en la globalización”.

La frustración , la decepción y la rabia cada vez más extendida en nuestras sociedades  no tiene si no ese origen. Las generaciones jóvenes se saben condenadas a vivir peor que las anteriores, las rentas medias viven aterrorizadas por el miedo al desclasamiento y caer,  en una de la recurrentes crisis, al escalón de los olvidados. Esto y no otra cosa es el meollo, el corazón  de lo que nos pasa, y cualquier reflexión sobre la política, diaria o cada cuatro años debería recordar esto en cada momento. 

Plantearse la politica en terminos de amor u odio a determinadas personas, en su grado de simpatía, de  habilidad o torpeza comunicativa, de seducción personal, de ser desagradable, o coherente es dejarse engañar, desconocer el núcleo de lo que nos jugamos y asumir implícitamente que la política es un espectáculo más, un producto de consumo mediático como la televisión de sobremesa o el fútbol . Resulta irónico que alguien que ha triunfado con programas como Sálvame en un medio  como Tele 5, Jorge Javier  Vázquez, tuviera que recordarnos a gritos que despejáramos la enésima nube de humo con que la derecha intenta, y consigue muy a menudo, desviar los debates públicos, a cuestiones tangenciales, personales, programadas; que tuviera que exponerse al linchamiento social para señalarnos que lo importante está en otro lado.

Porque de lo que se trata en la lucha política entre izquierda y derecha en estos tiempos no va si Pablo Iglesias es un macho alfa o sobre si tiene derecho no en vivir donde vive con su mujer, no. Es, estimado amigo, sobre si hay posibilidad de revertir esta tendencia de varios decenios ya  que está destrozando las clases medias, las posibilidad de sociedades justas y meritocráticas, el derecho a que los mejores  se vean recompensados por su esfuerzo. Y lo demás es una inmensa tramoya, un escenario de cartón piedra que se arma todos los días, atrezzo mediático  expuesto de forma concienzuda para  agitar sobre el escenario otros debates, más coloridos, mucho más divertidos, mucho más emocionales ( el odio, la identificación, amigo y enemigos, banderas, cómplices, policías y héroes) : la política en España y sospecho que en países como en EEUU es un producto de consumo televisivo calculadamente banalizado.

Que Eduardo Inda sea el paradigma , y el origen a veces,  de este empobrecimiento  del debate político ( la imposición de su presencia constante en medios de máxima audiencia a pesar de las condenas contra su mala praxis profesional) es lógico. Es un periodista procedente de un tipo de prensa concreto, la prensa deportiva de consumo rápido, fast food informativo.  Rellenar quince, veinte páginas de texto todos los días sobre un deporte en el que  lo real ocurre en hora y media una o dos veces a la semana requiere habilidades específicas, lo hemos visto aún mejor durante la pandemia: la sección de deportes se redujo pero todavía ocupaban minutos de informativos sobre  un asunto que simplemente no estaba sucediendo, el hecho deportivo, el enfrentamiento, el match.

Eduardo Inda , periodista deportivo, conocido por su cercanía al presidente del Real Madrid y de la constructora ACS, es una elección perfecta para alimentar incesantemente un caudal de noticias, (ciertas o no ciertas, con condena judicial en contra o a favor, eso es indiferente, y barato, muy barato ) polémicas, broncas, triviales o con el único anclaje de la identificación y el odio. Qué prefieres Real Madrid o Barcelona: con razón o sin ella a mí la Legión. Árbitros caseros o comprados, machos alfas, feminazis , banderas rojigualdas o esteladas, podemitas o voxeros). La prensa fast food deportiva se alimenta de estas identificaciones primarias, y vive muy bien de ello, funciona. Es la dimensión fatua, bidimensional, una escena entretenida en incesante cambio que asegura silenciar otros debates. El periodismo deportivo no cuestiona las reglas, que son fijas, externas, marcadas por jueces y federaciones que están en una dimensión diferente al del titular del día. Los periodistas que alimentan polémicas sobre los políticos replican las polémicas sobre jugadores de fútbol, pero las reglas son las que son, también se dan por fijas, ajenas a la noticia. Como el reparto de la riqueza, en el debate politico degradado hay cosas que no se cuestionan.

Y por eso , a mi conocido, que olvida todo esto, que se ha dejado arrastrar por este espectáculo de marionetas bien pagadas, le recuerdo, aquello de que es la economía, estúpido amigo, es el reparto de la riqueza que producimos entre todos, es el futuro de nuestras sociedades y de nuestros hijos lo que nos jugamos en política, y lo demás , es prensa de colorines que no deberías tomarte en serio, por tu propio bien. 

Si quieres divertirte con ello, adelante, pero al final, usa la papelera.